sábado, 10 de septiembre de 2011

Salvando los muebles II: Estado de shock



Sientes que los km no pasan, que el tiempo no hace más que correr en tú reloj y tú no avanzas, así fue el camino hasta el estudio. Allí estaría mi padre, en ese inmenso hangar contemplando como su vida, recuerdos, cuadros, fotografías, escritos y demás cosas estarían flotando sobre el agua... o por lo menos esa fue la imagen que me vino en el transcurso de los kilómetros.

El local es un bajo, dividido en dos estancias de grandes dimensiones. Hasta hace pocos meses, quizá un año, ocupábamos otro, en la última planta, con buhardilla de techos altos. Siempre nos quejábamos de las goteras de éste y mira tú por donde, en el que menos pensábamos que el agua podría ser una amenaza, resultó ser donde la catástrofe se presentó. Como el Katrina a su paso por Nueva Orleans, el grifo abierto del de arriba inundó nuestras vidas a menor escala.

Allí estaba mi padre, pantalones azul claro remangados, camisa de cuadros de la misma tonalidad húmeda por el sudor y el teléfono en mano hablando con el dueño de los estudios aclarando temas de seguro. Era una visita rutinaria, comprobar que todo estaba bien, buscar algo, pero no venía con la indumentaria de pintar, vaqueros manchados, camiseta, no, venía con la ropa con la que saldría luego a dar un paseo, vuelta que ya no daría.

Me asomé, al principio no parecía tanto, el charco estaba limitado a todo un lateral de la estancia del fondo, la primera no tenía nada de agua, pero claro, también era la que estaba vacía, todo estaba en el interior. "Haz fotos de todo lo que veas", mientras seguía aclarando temas del seguro, me fui fijando más detenidamente; efectivamente los cuadros, que estaban amontonados junto a una de las paredes mantenían el agua bajo uno de sus lados. El embalse estancado formaba una "L" a lo largo de dos de las paredes, pero las marcas de agua de las cajas de cartón que estaban situadas en el centro, delataban hasta donde había llegado días antes.

Como hormiguitas empezamos a trasladar todos los cuadros a la primera estancia, cada vez que movíamos uno nos derrumbábamos un poco más. Yo intentaba sacar fuerzas de flaqueza y tirar de toda mi ironía y ánimos, sobre todo para no contagiarlo a él, que llevaba estoicamente su martirio por dentro, lo estaba ahogando con el mismo agua que había anegado todo, él mismo hacía de máquina de drenaje bajando el nivel exterior para ahogar sus sentimientos de desesperación.

Ver todo lo que nos faltaba por mover hizo lanzar una llamada de S.O.S a mis contrincantes de padel. Dejar las palas para mover cuadros fue el partido que jugamos esa tarde, pero esta vez no había rival, todos éramos del mismo equipo y jugábamos contra reloj salvando los puntos de partido que el agua nos metía con cada cuadro que mojaba y deterioraba.

Continuará...

No hay comentarios:

Publicar un comentario