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Soy de las personas que disfrutan durmiendo, hay veces que estando en la calle, si he visto que la noche no llevaba a nada, he preferido irme a mi casa para acostarme. Es esa sensación de que la cama te llama, con tu almohadita, las sábanas, y estirado al máximo ocupando todo el espacio.
En verano cambia un poco la cosa, las sábanas se pegan, la almohada te sobra y se hace más complicado conciliar el sueño. Las soluciones, esperar que el aire entre por la ventana y acaricie sutilmente la piel de uno, o de manera artificial, encender el aparato de aire acondicionado con el consiguiente ruido y resecor de garganta de la mañana siguiente. Pero no solo el aparato del aire hace ruido, llevo cuatro noches en las que a la una de la mañana, algún vecino se ha dejado programado el despertador y comienza a sonar. Parece como si lo tuviera pared con pared, ahora bien, ¿con qué fin se pone este vecino el despertador a esas horas? ¿se ha ido de viaje y por eso no lo apaga, pero cuándo vuelve?
Si a eso le sumamos que mi habitación da a un patio interior y que los vecinos no saben hablar más que dando voces, el perrito del bajo no para de sollozar para que lo dejen entrar, el sordo del quinto que no escucha bien la tele, la del sexto que pone la lavadora en modo centrifugado mientras se encuentra con la del tercero tendiendo la ropa y se ponen a comentar y el recién nacido del segundo que no para de llorar… Solución, me mudo o me compro unos tapones para los oídos que me saldrá más barato.
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