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Las circunstancias me habían hecho estar algo desesperado, el trabajo no llamaba a mi puerta y eso que yo sí que había llamado a muchas. Volver al nido familiar no ayudaba y la presión en mi cabeza iba en aumento. En menos de 24 horas, todo cambia, por increíble que parezca.
Cámara de fotos en mano, alcohol en venas y de amigos rodeado; el lugar siempre nos ha traído suerte, es nuestro Triángulo de las Bermudas, pero no deja de ser un bareto. Se pusieron hablar con nosotros, las risas, las miradas, los bailes... las fotos. Yo no estaba para nada, la verdad, de echo no lo estuve durante tiempo y no me refiero a unas horas, más bien semanas. Pero algo quedó, algo pasó, algo se removió, algo... quizá una mirada, más bien una sonrisa, que va, fue todo. Me fui a dormir quince fotos más tarde, tan tranquilo mentalmente, pero mi corazón ya estaba latiendo aritmicamente, bom!.. bom!.. bum!.. bim!... El muro de mi frente, ese que tenía la palabra trabajo dibujada con el spray del grafitero de mi desesperación y bajo la influencia de un corazón herido, comenzaba a descascarillarse. En la cama encontraba los trozos que caían cada noche, primero yeso, luego cemento y por último ladrillo.
Meses más tarde estoy tumbado en la Alhambra despertando de un sueño, que no lo es, buscando en un laberinto de factores externos la manera de volver a enfocarla en mis fotos.
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